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JUEVES 16 ABRIL 2020
¿Cómo influyen las emociones en nuestra salud?
Las emociones son reacciones psicofisiológicas que
todos experimentamos a diario aunque no siempre seamos conscientes de ello. Son
de carácter universal, bastante independientes de la cultura y generan cambios
en la experiencia afectiva, en la activación fisiológica y en la conducta
expresiva. Surgen ante situaciones relevantes que implican peligro, amenaza,
daño, pérdida, éxito, novedad…y nos preparan para poder dar una respuesta adaptativa
a esa situación. A lo largo de nuestra evolución como especie, gracias a las
emociones hemos podido responder rápidamente ante aquellos estímulos que
amenazaban nuestro bienestar físico o psicológico, garantizando nuestra
supervivencia. Además de esta función primordial adaptativa, las emociones
cumplen una función social y otra motivacional. A través de la primera,
facilitan la interacción social, permitiendo la comunicación de los estados
afectivos y promoviendo la conducta prosocial. Y, por otra parte, la emoción es
la encargada de energizar una conducta motivada, aquella caracterizada por
poseer dirección e intensidad. Una conducta “cargada” emocionalmente se realiza
de forma más vigorosa y se ejecutará de forma más eficaz, adaptándose a cada exigencia.
El miedo-ansiedad, la ira, la tristeza-depresión y
el asco son reacciones emocionales básicas que se caracterizan por una
experiencia afectiva desagradable o negativa y una alta activación fisiológica.
Las tres primeras son las emociones más estudiadas en relación con el proceso
salud-enfermedad.
En un primer momento, las emociones se consideran
adaptativas y dependerán de la evaluación que la persona haga del estímulo, es
decir, del significado que le dé a este, y de la respuesta de afrontamiento que
genere. Existen estímulos emocionales objetivamente perturbadores que pueden no
dejar secuelas, y al contrario, otros estímulos emocionales aparentemente
inocuos pueden llegar a ocasionar un daño más o menos importante. La diferencia
entre las dos posibilidades estriba en la percepción que cada persona tiene de
esos estímulos.
Dependiendo de esa percepción, puede surgir una
respuesta desadaptativa, es decir, permanecemos indefinidamente enfadados,
tristes, ansiosos o aterrados, una vez desaparecido el estímulo inicial; con el
consiguiente sobreesfuerzo, insostenible en el tiempo, y un
sobrecoste en forma de trastorno de la salud, física y mental.
Hay varias explicaciones por las que un elevado
estado de emocionalidad negativa puede tener consecuencias para la salud:
Al experimentar ira, tristeza, ansiedad o depresión
de manera intensa, tienden a producirse cambios de conducta que hace que
abandonemos hábitos saludables como la alimentación equilibrada, el ejercicio
físico o la vida social y los sustituyamos por otros como el sedentarismo o la
adicciones (tabaco, alcohol) para contrarrestar o eliminar estas experiencias
emocionales.
Las reacciones emocionales prolongadas en el tiempo
mantienen niveles de activación fisiológica intensos que pueden deteriorar
nuestra salud si se cronifican: la activación del sistema nervioso autónomo con
elevación de la frecuencia cardíaca, hipertensión arterial, aumento de la
tensión muscular, disfunción central de la neurotransmisión, activación del eje
hipotalámico-hipofisario-corticosuprarrenal con perturbación de ritmos
circadianos de cortisol etc. Esta alta activación fisiológica puede estar
asociada a un cierto grado de inmunosupresión, lo que nos vuelve más
vulnerables al desarrollo de enfermedades infecciosas o de tipo inmunológico.
En relación a los trastornos cardiovasculares,
varios estudios han mostrado que la depresión es un factor de riesgo
significativo de enfermedad coronaria, infarto de miocardio y mortalidad
cardíaca y también se ha relacionado con una peor evolución de los pacientes
coronarios.
Otro de los factores asociados a los trastornos
cardiovasculares ha sido el síndrome ira-hostilidad-agresión. Krantz et al
hallaron que la alta expresión de la ira se asociaba a la presencia de
enfermedad arterial coronaria mientras que los rasgos de ira/hostilidad estaban
asociados a un incremento de síntomas, sobre todo dolor torácico no asociado a
angina en mujeres sin enfermedad arterial coronaria. Por último, la
Organización Mundial de la Salud ha reconocido el papel relevante que puede
jugar el estrés en la hipertensión aunque también acepta la dificultad de
cuantificar esa influencia en el desarrollo de la enfermedad.
En definitiva, existe una relación estrecha entre
emociones y salud. La reacción ante determinadas situaciones y las emociones
son diferentes en cada individuo. Hay personas que ante un exceso de carga
emocional tienen problemas físicos (cefáleas o trastornos digestivos)
cognitivos (excesiva preocupación, obsesiones) o conductuales (adicciones). Por
tanto, hay un síntoma de alarma diferente para cada persona.
Bárbara Fredrickson ha abierto una línea de
investigación centrada específicamente en las emociones positivas y en su valor
adaptativo. Ha planteado la Teoría abierta y construida de las emociones
positivas (Fredrickson, 1998, 2001), que sostiene que emociones como la
alegría, el entusiasmo, la satisfacción, el orgullo, la complacencia… comparten
la propiedad de ampliar los repertorios de pensamiento y de acción de las
personas y de construir reservas de recursos físicos, intelectuales,
psicológicos y sociales disponibles para hacer frente a los momentos de crisis.
Cuando una persona posee estrategias y habilidades
suficientes para hacer frente a esas situaciones generadoras de cargas
emocionales, es poco probable que causen algún daño; sin embargo, en ausencia
de esas destrezas, un individuo puede verse desbordado por una situación que
probablemente, sólo es insuperable desde su propia percepción.
Así pues los factores psicológicos constituyen un
componente más de la ecuación en el abordaje de la enfermedad. Nuestra atención
médica debe cubrir las necesidades emocionales de nuestros pacientes, basada en
la empatía, en la escucha, la atención de sus miedos y dudas y en el valor
terapéutico que tiene la actitud positiva, con sus pilares el optimismo y la
esperanza. Ayudar a nuestros pacientes a gestionar su mundo emocional significa
trabajar en nuestros objetivos profesionales, que al fin y al cabo son mejorar
su salud y contribuir a que éstos tengan mejor calidad de vida y mayor
bienestar.