La
primera vacuna contra el COVID-19 podría estar disponible en un par de meses,
pero es importante tener expectativas reales de lo que se puede lograr con la
vacuna, cuáles son algunos de los obstáculos al inicio y cuánto tiempo podría
tomar controlar la pandemia a nivel mundial una vez que contemos con una vacuna
segura y eficaz. Esta es la primera parte acerca de la vacuna contra este
virus—–un gran paso hacia lograr parar la pandemia por el COVID-19.
A 7
meses del inicio de la pandemia la triste realidad es difícil de absorber. Con
más de 34.397,104 millones de personas infectadas y 1.022,356 millones de
fallecimientos reportados a nivel mundial. La mitad de las vidas que se han
perdido por el virus han sido de Estados Unidos, Brasil, India y México. Con más muertes en Estados Unidos que en
ningún otro país 212,370 de personas (tomando en cuenta que contiene sólo 4% de
la población mundial y más del 20% de los fallecimientos). Este número
representa casi dos y media veces el número de miembros de las fuerzas armadas
estadounidenses que murieron en las guerras de Vietnam y Corea combinadas. Lo
increíble es que algunos epidemiólogos estiman que las muertes en este país
podrían llegar a cerca de 400.000 para principios del próximo año,
especialmente porque sigue habiendo falta de liderazgo federal y faltan cosas
tan sencillas como un llamado a nivel nacional para el uso de máscaras y el
acceso rápido a pruebas de COVID-19 rutinarias que sean exactas, seguidas por
el rastreo oportuno y eficiente, para ayudar a evitar la diseminación del virus
en la comunidad. El presidente habla de la pandemia como algo que ya pasó y de
la vacuna contra el virus como la solución inmediata. No es el caso.
Pero
hablemos de la vacuna y lo que podemos esperar.
¿Qué
son las vacunas antivirales?
Las
vacunas antivirales contienen una forma inofensiva del virus que causa la
enfermedad contra la que se quiere causar inmunidad. Antes de usarse en la
vacuna, los virus se matan, se debilitan o se dividen en partes pequeñas para
que pueda desencadenar una respuesta inmunológica sin enfermar a la persona. De
esta forma, si se ve expuesto a este virus específicamente otra vez, su sistema
inmunológico (de defensa) lo reconocerá y ya tendrá las armas para combatirlo.
La
vacuna contra el COVID-19
Se
estima que más de 130 vacunas potenciales contra el COVID-19 están en
desarrollo a nivel mundial. Varias de ellas están en etapas de prueba
avanzadas, en la que se hacen estudios para determinar su eficacia y seguridad
en humanos y se completan los requisitos para aprobar su administración a nivel
masivo.
La
fase III de los ensayos clínicos está en sus fases iniciales. Esta consiste en
que miles de adultos voluntarios sanos se eligen de forma aleatoria a recibir,
ya sea, la vacuna del COVID-19 o un control, ya sea un placebo o una vacuna que
está aprobada para otra enfermedad. Ni el investigador ni el voluntario saben
qué recibieron (esto se conoce como doble ciego). Así que ambos grupos se
comportan igual en cuanto a los riesgos que están tomando.
Se
sigue a los participantes regularmente para preguntarles acerca de sus síntomas
y se les hacen exámenes para descartar infección. La meta es comparar la tasa
de infección (enfermedad) en ambos grupos para ver cómo funciona la vacuna
contra el COVID-19. Lo ideal es que la tasa de enfermedad sea 70% más baja en
las personas vacunadas comparado con las no vacunadas. De acuerdo con la OMS, la vacuna tiene que
ser mínimo 50% efectiva, cuando se promedia en todos los grupos de edad.
Desde
luego que también se evalúa la seguridad. Se determina si hay efectos
secundarios. Esto se evalúa en las fases I y II, pero en la fase III se pueden
encontrar casos más raros (como el fenómeno paradójico del aumento inmunológico
en donde el sistema inmune de una persona vacunada sobre-reacciona a la
infección), por ejemplo.
Es
necesario inscribir un número elevado de personas e incluir personas que estén
en áreas de alto riesgo de exposición a la infección. Típicamente toma de 3 a 6
meses, pero puede ser más. Hay países como Rusia que han decido aprobar las
vacunas y empezar a darlas sin completar los pasos necesarios para determinar
si son seguras y/o efectivas.
Aunque
hay progreso importante, la meta estadounidense de proporcionar vacunas seguras
y efectivas a millones de sus ciudadanos antes de que se acabe este año, o
incluso en enero del 2021, es sumamente ambiciosa y es poco probable que se
logre.
De
hecho, la idea de desarrollar una vacuna a “la velocidad de la luz”, como se ha
denominado el proyecto en Estados Unidos, ha causado que muchas personas se
sientan incómodas por la forma como lo ha manejado el presidente. Especialmente
porque ha declarado repetidamente que la vacuna estará lista en este país
alrededor de las elecciones, lo que ha creado sospechas de que está presionando
a las agencias de salud federales de que apresuren las deliberaciones
científicas y regulatorias (como lo ha hecho en otras ocasiones) para que la
vacuna esté lista antes del 3 de noviembre (el día de las elecciones).
En un
estudio realizado en mayo, sólo el 49% de los estadounidenses encuestados
dijeron que planeaban ponerse la vacuna contra el COVID-19 cuando estuviese
disponible, el 20% dijeron que no se la pondrían y el 31% dijo que no estaban
seguros. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera ese titubeo para
ponerse la vacuna como una amenaza a la vacuna a nivel global, ya que si poca
gente se la pusiera pondría en peligro el impacto positivo de la vacuna.
Lo
interesante es que, en una encuesta realizada el 4 de septiembre del 2020 por
USA Today/Suffolk, dos terceras partes de las 1000 personas entrevistadas
dijeron que no se la pondrían de inmediato y una de cada cuatro personas
dijeron que nunca se la pondrían (dijeron eso la misma semana que el número de
casos de Covid-19 sobrepasó 6 millones). Específicamente, el 67% o no se la
pondrían hasta que otros la hubiesen probado (44%) o no se la pondrían (23%).
La respuesta se basaba en la falta de confianza creada por la administración en
los últimos meses. Los hispanos (17%) y los afroamericanos (15%) eran más
resistentes a ponerse la vacuna que los blancos (31%).
La
política es mala para la salud. Es importante tener confianza en la ciencia.
En
Estados Unidos tenemos una agencia que regula productos como las vacunas, que
es la Agencia de Alimentos y Medicamentos, conocida como FDA, por sus siglas en
inglés. Históricamente, esto ha funcionado bien. Pero, últimamente, varias de
las decisiones de la FDA o los Centros para el Control y la Prevención de
Enfermedades o CDC han sido influenciadas por los políticos y no la ciencia.
Esto ha llevado a la reciente falta de confianza del público en las agencias de
salud federales creada por la politización de la ciencia, lo que va hacer más
difícil convencer a las personas que de por sí ya tenían sus dudas acerca de
las vacunas, pero aún a las que no tenían dudas antes, de que se pongan la
vacuna contra el COVID-19, ya que dudan de si los estudios realizados son
adecuados para determinar la seguridad y la eficacia de la vacuna. Va a tomar
tiempo y nuevos líderes para recuperar la confianza del público.
Por
ejemplo, el Dr. Eric Topol, Editor-en-Jefe de la revista profesional Medscape,
le escribió una carta abierta en su publicación al Dr. Hahn (Jefe de la FDA)
titulada: “Di la Verdad o Renuncia”. Entre las cosas que menciona referente a
la vacuna en esta carta, incluye lo siguiente: “Cualquier atajo no solo pone en
peligro los programas de las vacunas, sino traiciona la confianza del público,
la cual ya es frágil en cuanto a las vacunas, y se ha hecho aún más frágil por
la falta de autonomía de la administración de Trump y la politización abierta
de la FDA. Tiene una última oportunidad, Dr. Hahn, de salvar cualquier
credibilidad y preservar la confianza en la FDA en este momento crítico de la
pandemia”. Y añade que ”de otra forma, debe de renunciar. No podemos confiar la
salud de 330 millones de estadounidenses a una persona que está subordinado a
los caprichos del Presidente Trump, a la promoción sin precedentes de terapias
no probadas, mentiras escandalosas, y motivaciones políticas. Tiene dos
opciones. Nosotros no podemos y no descansaremos hasta que elija la opción
correcta”.
En
otro ejemplo, los médicos afroamericanos han creado su propio grupo de trabajo
experto para evaluar las decisiones acerca de las medicinas y las vacunas
recomendadas para el tratamiento del COVID-19. Decidieron hacer esto como
protección contra cualquier recomendación de la FDA o los CDC “que no sea
guiada por la ciencia”. Estas acciones no tienen precedente en Estados Unidos.
En
conclusión, las decisiones del gobierno sobre las vacunas deben basarse en
evidencia, no en la política ni en intereses individuales. La evidencia que
impulse las evaluaciones que determinen si las vacunas son seguras y efectivas,
debe derivarse de los estudios clínicos que cumplen con los estándares de la
FDA.
La
próxima semana discutiremos si la vacuna por si sola es o no es la solución
inmediata de la pandemia, sobre su distribución y sobre la inmunidad colectiva
o inmunidad comunitaria. Amesh Adalja, un experto de la Johns Hopkins
University, dice que “en este momento solo necesitamos algo que mitigue el daño
que causa el virus, quizá la primera vacuna no previene la infección
totalmente, pero si previene la hospitalización, o si previene la muerte….eso
ya sería enorme”.
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